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Chema Tojeira, el compromiso de mejorar la vida de las personas

Por Élmer L. Menjívar · 2025-09-06

Pequeñas historias que probablemente no recojan sus biógrafos, pero que marcaron a varias generaciones enriqueciendo nuestra experiencia universitaria y de hijos de la guerra.

El padre Tojeira marcó mi vida en muchos sentidos. Fue mi guía espiritual en mi época colegial en el Externado San José, de San Salvador, en los años que terminaba la guerra civil salvadoreña. Cuando llegó a la rectoría de la UCA, me dio mi primer trabajo remunerado a mis 23 años, en 1997, y así me hizo parte de un proceso de profunda transformación de la cultura universitaria que pretendia asumir la postguerra. Un poco antes de eso, con su entusiasta apoyo, el Cine Club Universitario (CICU), fundado como un capricho laborioso de un grupo de estudiantes de filosofía, sociología y comunicaciones, empezó a recibir apoyo institucional con presupuesto, instalaciones, equipo y video-cineteca con más de 800 títulos, su propia revista y catálogos.

Entremedias, solíamos mantener conversaciones sobre cine y me hablaba de películas que en esa época eran inaccesibles en este país, y por ahí su entusiasmo por el Cine Club. Un día me invitó a ser instructor de su cátedra de Ética para Derecho, y ahí me pedía proponerle cine-foros para que los estudiantes hicieran ejercicios de razonamiento, duda y argumentación para desarrollar el pensamiento crítico a la luz de teorías, conceptos y criterios éticos.

Cuando la UCA me contrató, fue para fundar, junto a otros estudiantes, el Centro de Asuntos Estudiantiles (CAE), dependiente directamente de rectoría en sus inicios. Aquella fue la primera unidad institucional dedicada exclusivamente a atender y promover los derechos e iniciativas estudiantiles, la cual defendió contra una cultura que hasta entonces seguía esa visión contextual, en ese punto bastante desenfocada, que rezaba que los estudiantes no eran el centro de la universidad, y que eran casi “un mal necesario”. Recuerdo comentos tensos ante el empoderamiento de la comunidad estudiantil, y recuerdo a Chema animándonos y comprometiéndose cada vez más con dar un lugar digno al estudiantado.

En esas lides, también acogió y acompañó la idea del primer periódico estudiantil institucional, producido desde el CAE. Se llamó “Apuntes”, con presupuesto e impresión en formatos profesionales. Me confió la dirección del periódico, siendo yo estudiante de filosofía, no de comunicaciones. Me empecé a hacer periodista en ese proyecto que se plantó polémico en la comunidad universitaria, y por el que pasaron muchos de los y las periodistas más comprometidos y premiados (con varios exilios) hoy en día.

Como amigo cotidiano, también me alimentó de literatura, sobre todo de poesía, me regaló muchos libros de autores que en esa época eran exóticos para mí y que décadas después empezaron a visibilizarse por aquí gracias a internet. Siempre me guardaba las ediciones impresas del suplemento Babelia, del periódico El País (nunca supe bien como las conseguía), que aún guardo porque con esas conocí el periodismo cultural que yo quería hacer, y al que terminé dedicándome por muchos años.

También hubo paseos, conversaciones, hilarantes anécdotas, mucho humor de ácido, confesiones, indignaciones compartidas, duelos, esperanzas, conocimiento, fe y dudas, todo esto, y más de lo que alcanzo a contar, queda de Chema en mi vida. La última vez que nos vimos fue hace menos de dos meses, cuando ofició la misa en homenaje a Lucho Toro, otro faro jesuita que tuve en mi vida, en donde habló con amor de la vida y del compromiso con mejorar la vida de los demás, un compromiso que debe inspirarnos, decía.

Sé que no soy un caso aislado, que son decenas de hombres y mujeres que podrán hablar de Chema como lo he hecho aquí, desde sus propias conexiones y contextos. También creo saber que todos y todas sentiremos que nos quedamos cortos dando testimonio de este ser humano tan extraordinario y ejemplar del mantra ignaciano: “quien no vive para servir, no sirve para vivir”.

De su legado social, político y religioso seguro se hablará abundantemente en otros espacios, de ese legado que tanto admiré y que me hacía sentir orgulloso de que me llamara amigo. Aquí sólo quiero aportar mi nimia pincelada íntima, hablando también de estás pequeñas historias que probablemente no recojan sus biógrafos, pero que marcaron a varias generaciones enriqueciendo nuestra experiencia universitaria y mejorando nuestra incierta vida de hijos de la guerra.

Gracias Chema, dejás nuestra memoria encendida con un ejemplo urgente para estos tiempos oscuros.

El artículo fue publicado en Substack

Este testimonio fue compartido por su autor mediante su propia publicación en Substack y se enlaza aquí con su consentimiento expreso.

Chema Tojeira

Imagen original publicada en Religión Digital.
Edición, cortesía y uso en Substack por Élmer L. Menjívar.