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Generosidad en lo pequeño y en lo grande

Por Alberto V.T. · 2025-09-06

No quiero hablar aquí del Chema defensor de los derechos humanos ni de la figura pública que tanta gente recuerda. Quiero dejar mi testimonio como alguien que lo vivió en la amistad, en esos gestos personales que nunca pedían nada a cambio y que, sin embargo, hicieron una gran diferencia.

Al enterarme de su muerte, me llamó la atención que había ocurrido cerca de mi cumpleaños. Fue inevitable recordar cómo siempre se acordaba de esos detalles, aun con una vida llena de preocupaciones mucho más grandes que dar un saludo o una llamada. Pero siempre se tomaba el tiempo de felicitar, de preguntar cómo iba la vida. Ahora que comento esto con otras personas, me doy cuenta de que somos muchos los que recibimos esos mismos detalles, y me impresiona entender cuánto tiempo habrá dedicado a recordar amistades y dejarles saber que las tenía presentes.

También lo recuerdo desde mis años de colegio. Cuando llegábamos del Externado San José de visita a la UCA, y él estaba por convertirse en rector, o ya lo era. Nos recibía cuando éramos apenas unos jóvenes, casi niños, y nos abría las puertas con la misma sencillez y humildad con la que podía recibir a profesores universitarios o políticos. Siempre hacía tiempo para escucharnos. Lo mismo cuando, siendo parte del Centro Juvenil Celina Ramos, le hacíamos preguntas sobre su extenso conocimiento de la zona norte del país, donde viajábamos en esos años. Nunca nos trató con distancia: siempre nos atendió con respeto y cercanía.

Más adelante, en un intercambio en el extranjero, yo había comentado en voz alta que me estaba quedando sin dinero, y que podía tener dificultades porque debía quedarme más tiempo fuera. Después de una cena, Chema me dijo que saliéramos a dar una vuelta a la esquina. Yo pensé que quería hablar de temas de la universidad o de trabajo, lejos de los presentes. Pero no. Fue simplemente para poner discretamente en la bolsa de mi abrigo unos billetes. Con una sonrisa me dijo que me vendría bien sentir seguridad estando lejos y que debía aprovechar las circunstancias. Yo quise devolverle el dinero, pero él me respondió que ya estaba allí y que me tocaba usarlo.

Otra vez, también en el extranjero, me enfrentaba a un papeleo enorme para poder seguir estudiando: decenas de documentos —sellos, firmas, programas de estudio, listas interminables de lecturas—. Todo con un plazo de pocas semanas, consecuencia de mi poca previsión. Le conté la situación y en cuestión de días recibí un paquete de DHL Express con todos los documentos, completos y firmados, listos para presentar. Siempre imaginé que quizá no pensaba mucho de mi decisión de vivir tantos años fuera del país. Pero nunca me pidió justificaciones, ni cuestionó mis decisiones: simplemente me apoyó en lo que yo había decidido. Porque eso hacen los amigos. También más de alguna vez me ayudó con cartas de recomendación, siempre demasiado generosas, que seguramente hicieron una diferencia en cómo me percibían al solicitar estudios o empleos.

Lamentaré haber perdido contacto con los años, y quizá alguna vez haber discrepado en temas no trascendentes. Quizá más por marcar mi soberbia juvenil que por genuinas opiniones. Pero a pesar de todo y con los años, siempre estuvo ahí. Disponible para dar, sin pedir nada a cambio.

Así lo recordaré siempre: alguien que supo estar y acompañar con gestos concretos, grandes o pequeños, que marcaron mi vida.