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Quizá nunca lo supiste, pero tu labor, tus posiciones, tu amistad, tu forma de defender las causas justas y de vivir la pastoral siempre me conmovieron, y aprendí mucho. Te admiraba y te respetaba.

Gracias por siempre, Chema: por tu siembra, por tu amor a la humanidad, tu entrega y sabiduría, tu espíritu crítico y la defensa de las víctimas y mártires. Me dieron —y me dan— fuerzas en esta lucha.

¡Hasta la victoria siempre!